Comenzó pues la historia de un símbolo. Una maravilla de la ingeniería de su tiempo, un sueño de hierro laminado que, superando su propio pragmatismo vital y las disputas mundanas, se convertiría en el símbolo de toda una comarca, de todo un pueblo.
Tres proyectos distintos verían la luz antes del definitivo. El proyecto final descarta el empleo de cables como carriles (estilo teleférico) y se decanta por una estructura basada en dos vigas horizontales que soportarían los carriles, apoyadas sobre cuatro pilares o torres asentadas en los muelles de ambas márgenes.
El Puente Bizkaia es uno de los grandes monumentos de la Revolución Industrial y uno de los pocos supervivientes representativos de aquella era. Durante la segunda mitad del siglo XIX el hierro era considerado el más poderoso símbolo del progreso de la Historia, era el material con el que se construían las máquinas, los barcos, los ferrocarriles, las grandes cubiertas y las torres como la de Eiffel, las enormes salas de Exposiciones Universales y, sobre todo, los nuevos puentes de Europa y América cada vez más esbeltos y audaces.
A finales del siglo XIX, la ría de Bilbao vivió la Revolución Industrial como un periodo de extraordinaria actividad económica, vinculado a la explotación masiva de un rico filón de hierro de más de 25 kilómetros de longitud en las minas de Vizcaya. Era el mismo mineral con el que España había transformado a los pueblos de su imperio colonial en el pasado, pero ahora sometido a exportación y elaboración industrial, y dio lugar a un asombroso florecimiento de compañías mineras, sociedades navieras, empresas siderúrgicas, bancos, etcétera. El Puente Bizkaia fue considerado desde el primer momento como el arco del triunfo de esta naciente civilización industrial.